Análisis del personaje José Arcadio Buendía
Los varones Buendía son todos emprendedores y soñadores apasionados, pero José Arcadio Buendía es a la vez el más notable y el más excéntrico. Siempre fascinado por lo desconocido, es un hombre para quien ninguna forma de realidad igualará lo que él imagina que se puede descubrir. Difícilmente un científico loco, sin embargo, asume proyecto tras proyecto, invento tras invento, para llegar a la verdad última de la vida. Este celo excesivo es una virtud que le permite descubrir a Macondo, pero también es una forma de locura.
José Arcadio Buendía le quita la vida a Prudencio Aguilar, en una discusión sobre la impotencia de José Arcadio y la virginidad de Úrsula, y José Arcadio nunca puede olvidar su desprecio, y el fantasma acaba encontrándolo. Pero durante mucho tiempo, José Arcadio I vive la vida de un hombre que no tiene memoria ni pasado y, cuando deja el mundo, alcanza la soledad por regresión psicológica. Su fascinación por los instrumentos familiares parece real porque surge como consecuencia de su huida de un mal recuerdo (de hecho, todo recuerdo del mundo tal como es). Su agente y amigo, el gitano Melquíades, es el proveedor de cosas mundanas y arcaicas que alimentan su apetito de novedad. A través de Melquíades y la banda gitana, José Arcadio I adquiere un imán para localizar oro, un telescopio para eliminar la distancia física real, una vieja cámara para fotografiar a Dios y a un pianista, alfombras voladoras, hielo y otros “inventos” maravillosos. Cuando José Arcadio I no está metido en algún invento «nuevo», construye jaulas para llenar Macondo de cantos de pájaros, que por cierto permiten a los gitanos encontrar siempre la ciudad.
José Arcadio Buendía huye de la tranquilidad de su pueblo natal para fundar Macondo. Esta huida nace del orgullo y la indignación personal, pero a partir de ahí la violencia se asocia a todas las acciones de la novela, desde la violencia social de las guerras civiles, la traición política y el martirio, hasta la violencia de la angustia interior, de la auto- negación y desesperación personal. A través de descripciones y sugerencias metafóricas a menudo vívidas, García Márquez obliga al lector a un estado de expectativa de que la vida en Macondo está condenada a un final brutal. Los personajes y los eventos nacen de la fuerza (y no solo en el sentido de violación física), y mueren en colisión con otras fuerzas brutales. José Arcadio II se instala en el papel de señor feudal, habiendo tomado posesión forzosa de las mejores tierras alrededor de Macondo y gravando opresivamente a los campesinos locales. Se convierte en una especie de tirano heroico, salvando a su hermano de la ejecución por un pelotón de fusilamiento solo para cerrar la puerta del dormitorio para siempre al sonido de los disparos. Solo existe la sugerencia de que José Arcadio II es asesinado a tiros; no se encuentran heridas en su cadáver y no se encuentran armas. Pero tu cuerpo huele a pólvora. Además del sentido físico de la violencia, todos los personajes principales parecen tener cierta inclinación incontrolable por la crueldad o la ira ciega. El hijo de José Arcadio II, tras la salida del Coronel, asume la responsabilidad de Macondo, pero el papel lo vuelve loco por el poder. Amaranta, la hermana del coronel, está tan consumida por los celos que su enfado con Rebeca Buendía le hace sufrir ataques masivos de fiebre; al final, su pasión la lleva a desfigurarse. Así, la violencia, como el fantasma asesinado de Prudencio Aguilar, infunde la ciudad y la casa de Buendía.
Las interminables búsquedas de José Arcadio nos recuerdan al personaje de Don Quijote. Quizás el crítico Jack Richardson lo describió mejor como un «conquistador espiritual». Pero si es así, José Arcadio I es el que nunca conquista su espíritu, ni satisface su apetito de novedad intelectual. Eventualmente, por supuesto, la energía del patriarca y su fascinante sentido de asombro se convierten en fórmulas mecánicas. Aunque no fotografía a Dios, tiene una calle en Macondo que se llama Dios existe. Y cuando finalmente se da cuenta del mundo de la pura imaginación, donde todas las cosas se vuelven cada vez más maravillosas, enloquece y pasa sus últimos años atado a un castaño en su patio trasero. Allí, balbuceando en latín medieval, discute con el primer sacerdote de Macondo, el padre Nicanor Reyna, contra todas las pruebas imaginarias de la existencia de Dios. Cuando muere, su fantasma queda bajo el castaño, y es el consuelo de Úrsula, aunque invisible para todos, excepto cuando el coronel Aureliano Buendía, su hijo, casi se suicida. En varios puntos de la segunda mitad de la novela, José Arcadio I reaparece como aquella primera vez, «empapado y triste por la lluvia y mucho más viejo que cuando murió». En casa de su bisnieta Fernanda, es el único muerto fantasma, en contraste con los tres vivir algunos, Amaranta cosiendo su sudario, Úrsula totalmente ciega y el coronel Aureliano Buendía derrotado y solo con su pececito de metal. A pesar de toda su lujuria y efervescencia, José Arcadio I es dolorosamente frágil.
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