Ensayos críticos El tema de la soledad
Casi sin excepción, los machos Buendía están marcados, por así decirlo, con el trágico signo de la soledad. Y quizás este tema se pueda entender mejor si estudiamos a los personajes individuales. Como miembro más destacado de la segunda generación, por ejemplo, el coronel Aureliano Buendía es un perfecto ejemplo de soledad. Aprendemos, por ejemplo, que la adolescencia lo hizo silencioso y solitario, pero en realidad siempre fue un refugiado, por así decirlo, en la soledad. Como el primer ser humano nacido en Macondo, se lo identifica inmediatamente como reacio a convertirse en algo, pero sin embargo, se muestra inmensamente comprensivo con la difícil situación de su infeliz sociedad. Desde el momento en que es una posibilidad viviente, encontramos en él un feto silencioso y retraído, «llorando» en el vientre de Úrsula, llorando como entristecido por la perspectiva de vivir (quizás de nuevo). Es clarividente y posee poderes proféticos, pero sus poderes sobrenaturales se ven confundidos por un desarrollo emocional congénito malformado que conocemos solo como una «incapacidad para el amor humano».
Esta triste cualidad también se refleja en la vida de los mellizos Aureliano y José Arcadio IV Segundo. En ellos percibimos la especial definición que hace el autor de la soledad no como un simple estado de aislamiento social, sino como un tipo especial de relación humana y, sobre todo, como una necesidad. Aureliano Segundo, por ejemplo, es un genio amante de las orgías; también es extremadamente imprudente. Claramente, sus escapadas surgen de un deseo de romper el patrón inquebrantable de repetición en su vida. Vive entre la miseria y la abundancia, la virtud y la hipocresía, y siempre está confundido acerca del estado de su aburrimiento psicológico. En su frustración, siente una compulsión neurótica de pensar en la tristeza como un medio para sentirse humano. Su hermano, José Arcadio IV Segundo, no tiene esa especie de autocompasión y no es lujurioso en satisfacer sus apetitos. Sin embargo, José Arcadio IV está condenado a vivir apartado de los demás Buendía, haga lo que haga. Psicológicamente, José Arcadio IV es siempre un extraño; nadie sabe nada de tu vida. Es fanático en su reacción contra la injusticia; al mismo tiempo, disfruta del cruel deporte de las peleas de gallos y siente un placer morboso al recordar un día en que presenció ejecuciones humanas cuando era solo un niño. Es un hombre sin una familia emocional, atrapado en tristes recuerdos de personas que lo confunden con su hermano, pero parece que nunca puede escapar de compartir un destino común. La soledad para José Arcadio IV es una reacción a la frustración que encuentra en su doble naturaleza y confusa identidad. Esta frustración es un símbolo de la relación de los gemelos, ya que aunque se desarrollaron de manera diferente y fueron moldeados por diferentes circunstancias, y aunque perdieron su parecido físico, aún encuentran la muerte al mismo tiempo, después de un período melancólico y solitario; y, casi como si García Márquez quisiera agudizar la dimensión irónica de la relación de los gemelos, entierra a cada uno de ellos en la tumba del otro gemelo. Los gemelos parecen haber estado unidos a lo largo de sus vidas por una afinidad de tristeza, impermeabilidad emocional y alguna fuerza desconocida, fantástica e inexplicable.
Asimismo, la relación entre José Arcadio V y su sobrino, Aureliano Babilonia, tiene un tinte triste, faulkneriano, lleno de la violencia y la complejidad amor-odio de dos generaciones de Bonds (una familia en ¡Absalón, Absalón!). José Arcadio V, llegado de Roma, siente un rival por la propiedad de Fernanda en la persona del gentil y bondadoso Aureliano. Las tensiones aumentan, pero después de que Aureliano salva la vida de José Arcadio V, hacen una especie de tregua. Hay una especie de tolerancia mutua entre los dos hombres, pero ningún afecto real; es, de hecho, una relación de acomodación, no una relación plenamente humana definida por la compasión, sino de acción y reacción mecánicas. Al igual que con los gemelos, vemos que aquí nuevamente la soledad se convierte incluso en una «fuerza del hábito» entre dos personas. Claramente, a juicio de García Márquez, la soledad es inevitable; en su redundancia, la habituación social agota la fuerza emocional incluso de las relaciones familiares más cercanas. Todos los personajes principales de 100 Cien años de soledad terminan en esta peculiar forma de desesperanza social, estancados bajo una ilusión melancólica que los hace ajenos al hechizo de su aislamiento social y psicológico.