Libro de Resumen y Análisis 11: Capítulos 1-31
Resumen
Agustín considera el significado de las primeras palabras del Génesis: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra». Agustín pregunta cómo puede saber que esto es cierto. Es obvio que todas las cosas fueron creadas porque están sujetas a cambios. Dios los creó a través de la Palabra, Jesucristo. El Verbo es coeterno con Dios y no creado. La gente pregunta qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo. Agustín responde que no había tiempo, porque Dios creó el tiempo mismo. Agustín considera la naturaleza del tiempo. Se puede hablar de tiempo pasado, presente y futuro, pero el pasado ha dejado de ser, el futuro aún no es, y sólo existe el presente, pero el momento presente no puede tener duración. Pero si esto es cierto, ¿cómo se puede hablar de historia, o cómo pueden los profetas predecir eventos futuros? La memoria humana retiene imágenes de eventos pasados. Tal vez algunos puedan predecir el futuro leyendo señales probables de lo que sucederá. ¿Cómo miden el tiempo las personas? El movimiento del sol y los planetas no es el tiempo, como muchos afirman. Agustín concluye que el tiempo es una «distensión» de la mente; lo que mide el ser humano es la impresión que le causan las cosas o los acontecimientos. Agustín está desgarrado y dividido por el tiempo, pero solo Dios es eterno e inmutable.
Análisis
Habiendo abordado el tema de la memoria en el Libro 10, Agustín pasa ahora a la naturaleza del tiempo mismo. La creación del mundo por parte de Dios, como se describe en Génesis, forma la base de los últimos tres libros del confesiones, y muchos lectores tuvieron dificultades para ver la conexión entre estos tres libros y los primeros diez. Sin embargo, una consideración del tiempo no está completamente fuera de lugar en un trabajo que depende tanto de la memoria de eventos pasados. El mismo Agustín enmarca su discusión del tiempo refiriéndose a su propio acto de escribir el confesiones Está confesando los tiempos de su propia vida, los hechos pasados que viven en su memoria, entonces pregunta: ¿cuál es la naturaleza del tiempo?
Como siempre, Agustín expone su argumento en etapas cuidadosas. Primero, considera a Dios, el creador de todas las cosas y del tiempo mismo. Como señaló Agustín en otras secciones del confesiones, Dios es atemporal. Dios habita en la eternidad, fuera de las nociones humanas de pasado, presente o futuro. Por lo tanto, es irrelevante preguntar cómo ocupaba Dios su tiempo antes de crear el mundo, porque no había tiempo. Como parte de este argumento, Agustín se involucra en otra parte de la cristología, como lo hizo hacia el final del libro 7. Génesis dice que Dios creó el mundo al hablar, y que el habla era la Palabra, o el logotipos, como se describe al comienzo del Evangelio de Juan, que Agustín ya ha citado extensamente en 7:9. Como el Verbo, Cristo no es una cosa creada, sino coeterno con Dios.
Entonces, si el tiempo no es divino y trascendente, ¿qué es? Agustín comienza un análisis del tiempo que rápidamente se vuelve absurdo: ¡La característica distintiva del tiempo es que tiende a la inexistencia! Si ni el pasado ni el futuro existen, entonces solo se puede decir que existe realmente un momento infinitesimalmente pequeño del presente. Pero Agustín reconoce lo absurdo del argumento y se aparta de él. El lenguaje cotidiano sobre el tiempo puede ser impreciso, admite, pero aún así, las personas pueden entenderse entre sí. Considera un segundo argumento, que el tiempo es el movimiento de los cuerpos celestes, como el sol y las estrellas. Esto también es incorrecto, concluye Agustín. Estas cosas son simplemente indicadores que la humanidad usa para marcar el paso del tiempo, y en ese sentido las revoluciones de los planetas no son diferentes del giro de un torno de alfarero como dispositivos para marcar intervalos regulares de tiempo.
Finalmente, Agustín llega al meollo de su argumento: si el tiempo no existe, ¿cómo se puede hablar del pasado o del futuro, o de un «tiempo largo» o de un «poco tiempo», como hacen todos los seres humanos? El tiempo es realmente una función de la memoria y la percepción humanas, decide Agustín. Agustín usa un término latino único para esta función: distensión, generalmente traducido como una «extensión» o «estiramiento» de la mente. Estos términos reflejan una sensación de tensión, o incluso de estiramiento doloroso, que crea la percepción del tiempo. Tres funciones de la mente están relacionadas con esta distensión: la atención, que se centra en el presente; la memoria, que se centra en el pasado; y expectativa, que se enfoca en el futuro. Curiosamente, Agustín extrae todos sus ejemplos de estas funciones del lenguaje humano: compara sílabas y versos de poesía para demostrar cómo las personas perciben eventos sonoros y ritmos más largos o más cortos, y el acto de recitar un salmo memorizado como ejemplo. atención y expectativa. Solo al final de 28:11 Agustín transfiere este argumento al campo de la experiencia humana más amplia, señalando que lo que es cierto del salmo es cierto de los eventos de la vida humana (como la propia historia de vida de Agustín en el confesiones) y toda la historia humana.
El tiempo, para Agustín, es un tema doloroso, reflejo de la limitada materialidad del ser humano. La percepción del tiempo deja al ser humano desgarrado, fragmentado, confundido por acontecimientos enredados. Sólo Dios, que vive en la eternidad, está libre de las confusiones del tiempo. Significativamente, las palabras siempre están atrapadas en el tiempo: suenan, luego se silencian, se suceden secuencialmente para crear significado. La narración de Agustín, hecha propiamente de palabras ligadas al tiempo, también está atrapada en el tiempo, incapaz de superar las limitaciones inherentes del lenguaje. Como en el Libro 10, las cuestiones de lenguaje se relacionan con cuestiones de credibilidad. Agustín pregunta, ¿cómo puede saber que Moisés (el autor tradicional de Génesis) estaba diciendo la verdad? ¿Cómo puede alguien saber lo que quiso decir? Si pudiera interrogar a Moisés, ¿comprendería Agustín la respuesta, dado que el mismo Agustín no habla hebreo y Moisés no habla latín? El lenguaje y el tiempo son ambos velos que cubren el entendimiento humano, oscureciendo la visión perfecta de la eternidad divina, donde no hay secuencias, divisiones, pasajes a la inexistencia, pasado o futuro. Todo el lenguaje humano no es más que una pálida sombra de la Palabra eterna y, sin embargo, el lenguaje es el vehículo de la humanidad para pensar en Dios y comunicar la revelación de Dios a lo largo de la historia humana. Sólo en la visión beatífica, el contacto directo con Dios que el ser humano no puede sostener, se siente el sabor de la eternidad de Dios.